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Bienvenidos a 'Legolandia'

No son friquis, ni cerebritos, aunque lo pudiesen parecer, son aficionados incondicionales de un juego que algunas generaciones entradas en años recordarán: el Lego.

Román Urrutia

Miércoles, 20 de abril 2016, 10:13

Un año más, y van tres, la plaza central del centro comercial Alhsur de La Zubia se ha convertido en 'Legolandia', un país de fantasía donde este fin de semana 26 'alfold', contracción inglesa de los aficionados, llegados de toda Andalucía han creado un mundo de ensueño con sus manos y unas pequeñas piezas que se engarzan fácilmente unas con otras; y decimos fácilmente sólo en el engarce, porque de ahí a tener una obra terminada hace falta paciencia, habilidad, creatividad y algo de dinerillo, porque un buen castillo medieval o un fuerte del 'far west' pueden precisar

 100 euros de inversión. El 'alfold' lo define una de los organizadores como «una persona a la que le gusta observar la vida y desarrollarla en las piezas». En este caso más de dos millones de ellas que consiguen un circuito en el que hay de todo, una expedición wikinga con barcos que surcan un océano adivinable, un funicular que puede inspirar a quienes se siguen planteando uno para Sierra Nevada, un fuerte americano y un poblado indio -imprescindibles, claro-, la obra maestra de la iglesia francesa de Sant Michel, casi reproducción del original, los últimos toques de un aficionado a su ciudad portuaria, trenes y estaciones, bosques y el rincón rey, 'Star Wars' con naves conocidas e inventadas, bases especiales y una imaginación sin límites pues, no en vano, Lego tiene en exclusiva la reproducción de esta conocida saga cinematográfica.

El recorrido de un aficionado 'leguista' -término recién inventado por quien suscribe y que posiblemente no sea aceptado jamás por el real Consejo de los Alfold, si es que existe- comienza a los seis años empujado por sus padres, aficionados también, teniendo en cuenta que es un juego que se practica en familia, tiene su punto álgido entre los 16 y los 20 años, en que las nuevas tecnologías, los estudios y las novias y los novios que, afortunadamente siguen existiendo, hacen que los jueguistas -ojo, sin erre- arrumben en el trastero muchas horas de disfrute en la infancia y adolescencia. Pero, según nos cuenta Carlos Caballero, embajador de la casa Lego Iberia y Lego Dinamarca, hay una tercera fase más intensa que renace a los 40 años, cuando un fin de semana «se va uno a buscar las viejas cajas llenas de piezas y se sienta en el salón a crear».

Porque Lego es un juego pero el resultado no es un juguete, es, la mayor parte de las veces, una obra de arte que sus autores muestran orgullosos como lo pueda hacer cualquier pintor o escultor y te explican que «este es un caballero espacial que.» y dan vida a esa ciudad medieval estática sólo para los visitantes porque las figuran tienen nombres y familias que les han dado los 'alfold', ciudades medievales que llegan a tener 60 metros cuadrados, como la que presentaron en mayo pasado en Portugal, un país donde se celebran anualmente uno de los encuentros de Lego más multitudinarios.

Fantasía

Hispalug y Alebrick son las dos asociaciones que existen para aglutinar a estos maravillosos locos del Lego, y son maravillosos porque si te cuentan lo que han hecho con unas piezas de plástico diminutas te cuentan una historia al mismo tiempo. Son 300 en España y 25 en Andalucía -casi un tercio de Granada-. Los dioramas necesitan una semana de embalaje antes de ser expuestos porque son objetos delicados, una coordinación meticulosa puesto que la financiación es particular, o sea, que a todos los que participan les toca rascarse el bolsillo (en el caso de los pequeños a sus padres, que lo hacen con la satisfacción del mecenas), aunque este año Alhsur, agradece el 'embajador' Caballero, ha hecho un esfuerzo y les está facilitando gestión de alojamientos, comidas, relaciones con los comercios del centro comercial «y eso ayuda mucho».

Ayuda a que el negocio puro y duro deje paso por tres días a una fantasía que no tiene ni pone precio; en el Bricksur se da ilusión y trabajo artesano a cambio de nada, bueno sí, de sonrisas y de agradecimiento y de eso van sobrados desde la hora de apertura porque los niños se hacen grandes construyendo y los grandes se hacen niños haciendo un dragón de colores con sus manos. De eso se encarga además Pablo, al que le han dicho que se suba a la atalaya del centro comercial y al margen de la exposición les diga a los pequeños qué es jugar con Lego, qué es hacer un castillo sin apretar botones. Y allí se los lleva a unas mesas donde las familias han hecho cola para hacer castillos en el aire con sus propias manos recuperar un tiempo perdido o conocer lo que se puede aprender jugando.

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