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Inma Sánchez
Miércoles, 20 de abril 2016, 10:54
Manuel Garzón Barrales 'el Deule', conversador de primera, narrador de historias "algunas vividas en carne propia, otras que me han contado y las que me imagino". Taxista durante cuarenta años, con tres millones de kilómetros a cuestas, acaba de jubilarse tras una vida plagada de aventuras "de las que siempre he salido bien parado", confirma. "Desde 1972 había cuatro taxistas en el pueblo, pero 'el Deule' era el único disponible a todas horas", aclara.
Los curas del convento de Gracia fueron los primeros que se empeñaron en sacarlo de su entorno. Era aún un niño, pero a los tres días se escapó y volvió a casa porque tenía que ayudar a su madre, con demasiados niños pequeños. Trabajó primero en el campo, después en la obra, hasta que se fue a Tetuán a hacer el servicio militar. Pronto se fue a Francia y tres años después a Australia. Cerca de Darwin, en la Península de Gove estuvo casi cuatro años trabajando en la construcción, conviviendo con aborígenes "que se comían los peces vivos". Allí sudó sal trabajando a 50 grados centígrados.
Cuando volvió a casa ya le había dado la vuelta al mundo. Así que dedicó los cuarenta años siguientes a dar vueltas, principalmente de La Zubia a Granada. De noche, de tarde, de mañana, dejando la comida en el plato para volver sin hambre, de La Zubia al Clínico, a urgencias, a casa del abogado para llevar a su mujer a Maternidad, a Villacarrillo de Jaén con el secretario del Ayuntamiento. Viajes en los que aprovechaba para dedicarse a conversar "porque la gente cuanto más sabe, más le gusta que le cuenten" -confiesa- y yo he sido siempre muy espabilado y buen conversador", advierte.
Recuerda a una madre primeriza con un bebé de meses que no paraba de berrear. El marido que iba a buscarle para llevar al niño al Clínico; el bebé que se dormía por el camino con el traqueteo del coche. Llegaban al hospital y vuelta al pueblo porque el niño estaba tan dormidito. "Antes de llegar yo a mi casa, el padre, recortando por el monte ya estaba en la mía para que fuera a por la madre y el chiquillo, que estaba otra vez llorando". Así hicieron tres viajes del pueblo al hospital de madrugada, cuando llegaron al centro médico no se lo pensó y le dio un pellizco al pequeño, que entró berreando a urgencias. "Le hicieron toda clase de pruebas, y no tenía nada. Claro que me recriminó el pellizco; pero como yo le dije: como sigamos así me vas a tener que dar todo el dinero que gane mañana tu marido en el campo".
Recuerda las veces que le pagaban con huevos y llegó a reunir hasta tres docenas; y otras tantas que ni le pagaron. Y las horas esperando en Urgencias para subir al pueblo. Y cuando de La Zubia al Clínico o a la Fuente de las Batallas se tardaba una hora. Con Franco aún vivo, le paró la Guardia Civil en la carretera de La Zubia. Llevaba a 20 jóvenes en el taxi. Cinco delante, diez detrás y otros cinco en el maletero. Incluso uno estaba a su izquierda, entre él y la puerta. El guardia lo dejó marcharse, pero le dijo que como volviera a verlo iba a tener un problema.
En otra ocasión se le murió una señora en el coche, y tras dejarla en el Clínico, tuvo que llevar al nieto al cuartel para que arreglara los papeles. Otra vez, hace cinco años, le llamó un señor para que trasladara a su mujer a dar a luz. Cuando llegó a la casa "me encontré a aquella mujer, guapísima, tirada en el sofá, con el marido desesperado llamando porque no llegaba el médico". Pronto se hizo cargo de la situación y le dijo al hombre: "Coge al niño con cuidado por la cabeza y tira para afuera, mientras yo empujaba la barriga de la madre". Cuando por fin llegó la médica el niño estaba ya en el mundo y sus hermanitos vestiditos con las mochilas, "yo estaba tan atribulado viendo a la doctora sacar la placenta que ni reconocí a mi primo que era el ATS". Se llevaron a la madre y al bebé en la ambulancia y el marido que no sabía que hacer con los niños, pues tenía que ir a trabajar. Así que los subió a los tres en el taxi, dejó a los niños en el cole y al padre en el trabajo. Cuando se lo volvió a encontrar le contó que tenía problemas para inscribir al niño.
Pocos días después fue al Clínico a acompañar a su nuera pues iba a nacer su nieta Nerea, cuando se enteraron de que era el taxista de La Zubia, le preguntaron si había sido él el que había ayudado en un parto. Cuando asintió le pidieron que lo contara. Días después se encontró de nuevo al padre del bebé que le dijo que "milagrosamente se había arreglado todo y el niño ya estaba inscrito en el registro". Manuel Garzón cree que no le dejaban inscribir al niño hasta no tener la certeza de que la historia que contaba era cierta.
Por sus manos han pasado casi una docena de coches, ya que a los tres años los cambiaba. Dice que le encanta conducir, pero que no entiende de mecánica. El Deule tiene mil historias que sigue rememorando a quien le escuche un ratito, cuando no está en la parroquia, en la casa de los mayores, estudiando su papel o paseando por su pueblo, elegantemente vestido, con su camisa y su corbata a juego.
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