"Que donde Dios llama, allí hay que ir”
Lleva cincuenta de los ochenta y nueve años que tiene viviendo en La Zubia, en el convento que las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl tienen en el municipio. Aunque su nombre real es Gloria, todos la conocen como Sor Teresa. Nació en Alhendín, en una familia de gran fervor religioso.
Inma Sánchez
Miércoles, 20 de abril 2016, 10:58
Por eso cuando dijo en su casa que quería ser Hermanita de los Pobres y le preguntó a su padre que qué le parecía la idea, encontró por respuesta una frase premonitoria: "Que donde Dios llama, allí hay que ir". Y con la misma pasión que pone en contar la historia de su congregación habla de la rutina diaria, de su vida y de sus sueños.
Cuenta que allá por 1625 había tanta pobreza en París, que la gente no tenía ni para comer. Un día San Vicente de Paúl fue a visitar a una mujer con un montón de niños que vivía en la más completa de las miserias y, apenado, se propuso socorrerlos. "Se lanzó a catequizar a la gente y a ayudarles", comenta Sor Teresa. Entonces apareció Santa Luisa de Marillac, quien fundó la orden junto a San Vicente en 1633, y éste, que fundó también la comunidad de los Padres Paúles, escogió a Santa María Luisa para visitar a las caridades: visitar a los pobres, limpiarles, ayudarles y darles comida. Sor Teresa repite, con el afán que la caracteriza, una frase que San Vicente se esforzaba por inculcar a las hermanas cuando veían algo que no les gustaba, y que ella ha hecho suya: "Dale la vuelta a la medalla y ahí ves a Cristo".
Las primeras hermanas llegaron a La Zubia en 1919. En el huerto que María Angustias Molina les ofreció con la condición de que construyeran una escuela para las niñas, siguen instaladas actualmente. Primero llegó una hermana francesa "para pasar el espíritu de la comunidad: humildad, sencillez y caridad". Y después cuatro más. Sor Vicenta Merchán Paz llegó en septiembre de ese año para iniciar las clases. Empezaron con tres aulas y pusieron un internado para las niñas y los niños que se quedaban huérfanos. Sor Teresa llegó al pueblo en 1962, tras iniciar con 21 años el postulado (donde permanecen unos seis meses para certificar si les gusta esta vida). Después se va al seminario a hacer el noviciado, donde se suele estar algo más de un año, tras lo que toman el hábito. A Sor Teresa, tras el noviciado la destinaron a una casa del Burgo de Osma. También estuvo en San Sebastián. De esa experiencia conserva un acento distinto. Nadie diría que es granadina al escucharla hablar. Su ilusión siempre fue ser misionera. "Me siento misionera al cien por cien", declara, "pero he seguido la voluntad de Dios".
El Ayuntamiento de La Zubia otorgó hace dos meses la Medalla de Oro de la Ciudad a su congregación. Un detalle "que me gusta", pero que en todo momento ha insistido en otorgar a las primeras hermanas, a Sor Concepción, la actual hermana superiora, a Sor Vicenta y a tantas que "han dedicado su vida a este proyecto". También tiene palabras para Sor Josefina, que llegó de San Sebastián para mejorar su mala salud y que hoy sonríe, octogenaria, desde su sillón, con sus hermosos ojos azules.
En 1987 dejaron las escuelas para hacer la Residencia de la Sagrada Familia, donde cuidan a personas mayores. Aunque por la congregación han llegado a pasar ochenta y tantas monjas, hoy son solo diecisiete. Sor Teresa recuerda a Sor Pilar, que iba a las casas a poner inyecciones y que, cuando le traían un gallo de regalo, "no consentía quedárselo". Una mujer con carácter que vendió por siete mil reales cinco casas "para dar de comer a los niños. Y lo hizo por su cuenta, sin pedirle permiso a nadie", rememora. Sonríe cuando recuerda una vez que les regalaron huevos y ella los cogió sin que se diera cuenta la madre superiora. "No teníamos para comer, y yo era muy joven para pasar tanta hambre".
Le gusta recordar las veces que han venido a verlas las niñas y niños que cuidaron y a quienes enseñaron en las escuelas. "Una satisfacción que se acuerden de nosotras", señala. Hoy tienen una plantilla de veintitrés personas que les ayudan a atender a los cuarenta y dos ancianos de la residencia. Enfermeras, una psicóloga, un jardinero y otros tantos que les echan una mano para dar abasto a la cantidad de actividades que realizan a diario. "Cantamos, hacemos fiestas, recibimos a grupos de Granada y de La Zubia". Pero echa en falta un teatro, "un buen salón para nuestros espectáculos", señala. No es por falta de espacio, "es que las cosas están difíciles", explica.
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